En la larga década infame –entre 1930 y 1943–, la literatura puede concebirse como un mapa heterogéneo, que incluye desde creaciones de la escritura hasta testimonios que enfrentan la situación represiva. No son años –como creyeron muchos de sus testigos– de desierto ni de silencio cultural. Más bien, configuran un cierre de los procesos de experimentación de la década anterior e inauguran otros tipos de intervención estética. La ensayística de Martínez Estrada o las ficciones de Borges son quizás sus umbrales más persistentes.
La literatura es interrogada, aquí, de modos diversos: como producción teatral, como objeto de transposición cinematográfica, como invención poética, como expresión de una situación política. También, vinculada a modos de autodefinición intelectual, a prácticas culturales –revistas, polémicas, manifiestos– y a acontecimientos públicos. Obras de Arlt, Borges, Barletta, Storni, Eichelbaum, Gálvez, Martínez Estrada, Mastronardi, Lugones, Quiroga, Bioy Casares, Silvina Ocampo, César Tiempo, Hugo Wast, Salvadora Medina Onrubia, son objeto de una lectura crítica, curiosa e interrogativa.
Los ensayos que componen La década infame y los escritores suicidas eluden consensos fáciles y traman modos singulares de considerar la literatura argentina.