Anoche cené con un general argentino. Mansilla. Vivió en la pampa. Escribió un libro sobre indios que va a mandarme. Habla perfecto francés y es un elegante, nada falta en él: sombrero inclinado, provocativo, guante lila, monóculo, levita larga, chaleco floreado. Ya tiene sus años, pero se lo ve joven y fuerte. Vino a buscarme en un carruaje lujoso, de dos caballos, acompañado por un periodista que estaba ahí para presentármelo, pero él, no sé por qué, no subió a mi casa, se quedó en la calle esperándonos. Yo bajé arrastrándome, así nos presentamos, un extranjero, un compromiso. Fuimos a Foyot, frente al Luxemburgo. Una comida espléndida, champaña, habanos, copas de licor.
Paul Verlaine, París, 1895.
Cuarenta años después de vivir en Paraná, entonces capital de la Confederación, entre Caseros y Urquiza, fondo dramático y turbulento de esos años, en medio del teatro ideal e histórico de la Constitución y la organización nacional, Mansilla (1831-1913) recuerda de los “hombres del Paraná” los detalles mínimos de la voz, los gestos, sus virtudes y debilidades. Durante 1894, publica en serie estos Retratos y Recuerdos en las páginas de El Diario de Buenos Aires, y luego, ese mismo año, les da forma de libro. Experto en hábitos, Mansilla mira fuerte, mira los cuerpos con precisión y cercanía de primer plano, ilumina –como en el tono conversado de las Causeries– la intimidad moral de los personajes, los destinos, la acción. Las siluetas de Sarmiento, Alberdi, Avellaneda, Derqui o Alvear, entre otras, están en este libro sujetas al método de un lenguaje que habla en el relieve de la experiencia, a partir de un dominio de la ironía y la fragilidad de la historia. Las extraordinarias figuras que Mansilla construye, dejan a su vez, como evoca Verlaine, un retrato cabal del retratista.