Como recién paridos en estado de negación permanente, arrojados a compartir un mundo que aborrecen, los mal llevados arrastran como consigna un lamento shakespereano: “Al nacer, lloramos por llegar a este gran escenario de idiotas”. Jodidos, misántropos, supremacistas de sí, a fuerza de sentir que el prójimo es el síntoma detrás del cual se esconde la decadencia de la especie, entablan con él una lucha cuerpo a cuerpo, en la que la crueldad es un motor lógico y perfecto. ¿Qué puede hacer el mal llevado sino aplastar el rostro del prójimo, para dejar al descubierto toda su nocturnidad? Porque en la santidad, y las buenas intenciones, también se esconde el infierno.
Alberto Fernández San Juan escribe su comedia humana con personajes y situaciones herederas del mejor humor negro y todas esas pequeñas tragedias de vecindario que contienen el universo inmediato. Los mal llevados se dejan llevar por los extremos fáusticos y el delirio encapsulado, a veces ganan la partida y a veces se convierten en víctimas de sí mismos. Son “náufragos que han perdido el corazón”, como Tita Merello en Los isleros, y se amarran a un solo recuerdo de amor. Sus actos son pequeñas políticas de la destrucción. Un veterinario “cura” en secreto a un mono malcriado a golpes y hambreándolo, y la dueña lo agradece como si se hubiera producido un milagro. Una viuda enloquecida por la asepsia frota el cajón del marido antes del entierro. Una esoterista reencarna en Isadora Duncan.
La familia en Mal Llevados es esa figura repulsiva que recuerda el catálogo de freaks de Marco Denevi, pero en un registro de habla al que podría haber echado oído Manuel Puig, el de las mariarosas, donde reinan “las señoras” que maldicen a Dios porque es un arbitrario, que se reconcilian a último momento, antes de la cuchillada; que registran las vidas ajenas, y construyen un archivo que es a la vez un patíbulo; ellas cantan, “aunque en esta vida no tengo fortuna, sé que allá en la gloria tengo mi mansión”.
En estos relatos geniales hay efectos de verdad, ese rostro del prójimo que, cuando nos acercamos demasiado, revela la inminencia de lo monstruoso. Entre sus líneas se difumina Alberto Fernández San Juan el actor, el director de teatro, el humorista –el mal puede hacer reír si se le retira el aura que lo hace ser El Mal– y como en toda buena obra, él mismo como el escritor.
Alejandro Modarelli
Alberto Fernández San Juan
nació en Tres Lomas y vive en Buenos Aires. Estudió Derecho y Psicología.
Es actor, dramaturgo y director teatral. Ha obtenido premios y distinciones con espectáculos de su autoría. Ganador de la Beca Familia Podestá en 1996, en el TMGSM. Fue profesor de francés en educación media. Actualmente se desempeña como instructor teatral. Se dedica también a la problemática de infancias vulnerables en el ámbito público. Como narrador se ha formado con Sandra Russo, Guillermo Saccomanno y Hebe Uhart. Algunos de sus relatos han sido publicados en diversos medios digitales.