Son muchos, demasiados, los escritores que entablan con el lenguaje una relación que se parece a la que sostienen ancestralmente gatos y ratones: persiguen algo que casi nunca logran atrapar, o bien huyen de él sabiendo que terminará por devorárselos. Otros le tienen tanto respeto que eligen hacerse a un lado; lo ven pasar, rindiéndole tributo, y ni siquiera se atreven a mirarlo a los ojos. Por fortuna, entre tanto temor y solemnidad de vez en cuando surge alguien como Rogelio Lart: alguien que prefiere hundirse en el barro de las palabras y trabajar con ellas hasta obtener una luminosidad nueva.
No hay manera de vérselas en serio con el lenguaje sin descomponerlo y recomponerlo a cada momento, y asimismo ser consciente de las contradicciones, las ambivalencias, las tensiones del mundo que representa. De ahí que Lart elija, amarga y virtuosamente, dejarnos siempre un poco con las ganas: creíamos reír a nuestras anchas y termina quitándonos el dulce; nos regodeábamos con placer en lo sombrío de la existencia, y al fin y al cabo nos descubrimos sonriendo, aunque no sepamos bien por qué; al mismo tiempo, los hechos se despliegan como replegándose, antítesis de sí mismos pero también de la pobreza de sentido, es decir de la pereza, es decir, en el fondo, de la pureza.
Bienvenido sea un libro –una escritura– como el de Lart. Uno que en cada relato nos ofrezca una mano cálida, familiar, algo en qué reconocernos, y que con la otra nos dé un buen cachetazo. Como para que no olvidemos que la del lenguaje es, siempre, una guerra sin cuartel.
José María Brindisi
Rogelio Lart
nació en Buenos Aires el día anterior al Cordobazo.
Estudió Ciencias Políticas en la UBA y realizó estudios literarios en diversas instituciones. Algunos de sus relatos fueron publicados en la revista Burak y en Tren Insomne.
Este es su primer libro de cuentos.