“Era un lugar, sin lugar. Desde lo alto del montículo que lo señalaba, se lo veía como una especie de inconmensurable de­sier­to gris. Antes de entrar, y por si acaso, me persigné con el olor aún presente de Rosa sobre mi cuerpo, y tantée en mi bolsillo izquierdo el disquette de Rita. Eran mis dos más queridas posesiones y tenerlas me daría valor. Empecé así a bajar por una suave pendiente de basura seca por la que corría un extraño viento. Recuerdo que no era un viento liso, sino que soplaba en pequeños filamentos orgánicos. Un poco calientes, un poco pringosos... Pensé que tal vez todo esto tenía que ver con el descenso al mundo catávico. Una boludez. Seguí avanzando, y a los pocos pasos un colchón crocante de restos de pan, me avisó de la presencia de unos pájaros negros. Eran tan negros y grandes que parecían haber nacido del plástico mismo de las bolsas para consorcio. Me apuré a pasarlos. Algunos gritones que sobrevolaban sueltos alcanzaron a rozarme la cabeza en un gesto confuso que no me dejó, siquiera, sentir asco con claridad. Otros, aunque me sonó muy raro, parecían estar llevándose un poco de sol en el buche, como si el sol se hubiese muerto y lo estuviesen atacando a picotazos.”

Blanca Lema

Nació en Buenos Aires en un hogar de artistas plásticos. A los catorce años escribió dos obras de teatro La tela agujereada y Los orinadores. A los dieciséis publicó La rosquilla, o mejunge degenerado de poemas paranoicos, prohibido para menores de dieciocho fracasos. A los veinte lanzó Poemas de las tristeza violeta. Luego salió del país y se dedicó a la publicidad, la pintura y el cine. Al regresar retomó la poesía con el libro inédito Coma cuatro. En 2006 publicó en Madrid el libro A-parición y un ensayo en la revista Plebella de Bs. As. En 2007 y 2008 sacó plaquetas de poesía con las editoriales Color Pastel y Proveedora de Droga. Desde hace diez años estudia danza butoh. Trabaja como asesora en innovación creativa y guionista de cine.