Matate, amor es un thriller campestre. Todo ocurre en la casa con tufillo a cuero de vaca y salida al bosque donde habita un ciervo. Una familia, ella + él + el bebé, tres, pero en verdad dos contra uno porque la joven madre los espía al padre y al hijo nadar en la pileta de plástico, juntar piedras o mirar por el telescopio. Los espía tirada en los altos pastizales con un arma blanca en la mano o con una escopeta en desuso que todavía no ha dicho su última palabra.
A la extranjera le da miedo el daño que pueda hacerle al recién nacido y por eso se queda en la silla de mimbre contando luciérnagas sin entrar a cenar, dejando al padre y al hijo frente al fuego. La acción sucede en los confines de un coto de caza, de un trópico salvaje y endemoniado con cobertizos abiertos y babosas.
Su ansiedad sexual es una pulsión oscura, las ganas de morderse la mano. Su deseo es un ruido de aviones de guerra. Un gusto salado a sangre. El esposo la llama “mi chúcara”. Ella lo bautizó “mi falso corderito”. Ella fue a parar a ese bicherío por amor. Ella le implora: matate. Y se masturba a escondidas, detrás del lavarropas, en la cama, en el garaje, hasta que un día un hombre pasa en moto y la ve y entra en ella con la violencia de una serpiente entrando en la boca de un cocodrilo.
“Sin aliento. Un jadeo de bestia acorralada por la jauría recorre desde el principio hasta el fin este relato oscuro y radiante. ¿La jauría? Una familia “normal”, vale decir, irrespirable, unos vecinos que espían a la mujer distinta y agitanada, esa loca de al lado que no se conforma con el marido amable y el hijo lindo, esa que sólo sueña con huir. Carrera desenfrenada hacia el único espacio libre que se abre junto a la casa: el bosque.
No son el amante desesperado ni, mucho menos, el esposo gentil hasta el sofoco los que consiguen apaciguar una fiebre que sólo en la cárcel cotidiana tiene su origen, es un ciervo. El animal altivo se detiene a mirarla “como nunca un hombre la ha mirado”. Bosque liberador cuyos sonidos, gemidos, aullidos atraviesan estas páginas incandescentes como un llamado antiguo: lo bestial al rescate de lo humano.
Este es un libro vivo, joven, desgarrado, de una hermosura salvaje, que se lee con esa misma respiración entrecortada con la que ha sido escrito.”
Alicia Dujovne Ortiz
Ariana Harwicz
Nació en Buenos Aires en 1977. Estudió guión, dramaturgia y completó sus estudios con una licenciatura en Artes del Espectáculo y un máster en Literatura comparada en La Sorbona. Matate, amor es su primera novela.